Artículo de Josep Maria Ràfols en El Periódico de Cataluña
El lento empeoramiento de Copito y su muerte han despertado la sensibilidad ciudadana sobre el trato que la sociedad da a los animales enjaulados y ha abierto el debate sobre la necesidad de acabar con el encarcelamiento y exposición de las bestias cautivas.
La aparición en la prensa de una foto del gorila albino ante el público con una enorme llaga abierta bajo el sobaco forzó la decisión de retirarlo y cubrir con cortinas las vitrinas de su jaula. De esta forma se frenó el espectáculo de la despedida alentada. Tras la muerte se ha tomado la sabia opción de no disecarlo y darle en la muerte la tranquilidad que se le negó en la vida.
El respeto que se le ha otorgado los últimos días de su vida nos hace pensar en la falta de respeto que se le tuvo antes. Si ahora es desechable la idea de exponer su cadáver, la siguiente pregunta es si antes era procedente exponerlo vivo.
Los zoos nacieron hace muchos años, cuando la posibilidad de que los ciudadanos de Europa y América vieran un animal selvático alguna vez en su vida era absolutamente remota. Sin embargo, la mejora de las comunicaciones y el avance de la tecnología nos permite desplazarnos a su ámbito o tener al alcance las imágenes de todos los ámbitos de su vida y el estudio de su fisiología. A Copito no necesitamos disecarlo para recordarlo.
El respeto que la raza humana ha adquirido progresivamente por la naturaleza aconseja acabar con la extracción de los animales de su medio natural para extrañarlos en el centro de una ciudad hostil para admiración de los urbanitas.
Los animales deben estar en su medio natural y los urbanitas podremos observarlos visitando los grandes parques donde siguen libres o a través de medios audiovisuales. Dentro de unos años nos producirá tanto repeluz imaginar a un animal enjaulado como recordar la trata de esclavos. Barcelona, si tiene vocación de pionera, debería serlo también en el retorno de la dignidad a los animales salvajes.
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